POR JUDITH MORALES

“La venganza sana de escribir”: un análisis del oficio del escritor en la novela Piedra de Luna, de Richard Rivera Cardona
No es una novedad que, al leer un relato, el narrador protagonista sea quien, desde su perspectiva, narre el evento. Lo que no es común es que quien narre sea a su vez un escritor que evalúa la función de su oficio y se funda con el sujeto de su narración. Esto es, precisamente, lo que ocurre en la novela Piedra de Luna, del escritor puertorriqueño Richard Rivera Cardona.
Desde el inicio, el narrador anuncia el tipo de acercamiento que hará con el sujeto motivo de la narración. No le interesa iniciar el relato con cualquier tipo de línea alusiva a la situación del personaje, sino que prefiere que sea ella quien lo inicie y se advierte a sí mismo que en algún momento tendrá que despedirse como el padre que otorga la libertad a un hijo. La comparación no pudo ser más acertada, puesto que el nacimiento, desarrollo y transformación del personaje es producto de la mirada del narrador, logrado, especialmente, a través de las preguntas que le dirige.
Aparte de la intención de redimir socialmente a Piedra de Luna, en el narrador está la intención constante de definir el oficio del escritor, cuya primera característica es el no escribir por escribir. Obligatoriamente, el motivo tiene que desatar lo desconocido, lo novedoso y lo transformador:
“Siempre que me someto al rigor de la investigación para redactar una novela debe haber una historia que involucre lo desconocido, y que me conduzca a un relato que tenga algo sustancial que decir. En pocas palabras, un universo que me cambie la vida. Personajes que me desafíen… como tú. Verme en los demás, descubrirme, sentir carne y hueso a través del arte. Contigo no fue la excepción”.
El apasionamiento que le surge a un escritor cuando se topa con su motivo, cosa que muchos escritores hemos experimentado, trastoca la rutina diaria, sus expectativas de lo que debe estar haciendo en un momento determinado, y cualquier tarea, por importante que sea, pierde valor ante la necesidad inminente de escribir. A su vez, este encuentro siempre estará acompañado por las temibles preguntas: ¿Cómo convierto este motivo en algo novedoso?, ¿cómo lo alejo de las formas tradicionales de narrar y hago de él un experimento nuevo? En Piedra de Luna, el narrador se las contesta de dos formas. La primera: investigando; la segunda: fundiéndome:
“Y es que cuando un escritor se propone un trabajo, devora todo el material informativo que encuentra sobre el tema en cuestión…».
“La experiencia uno a uno me involucraba directamente con un ambiente cuya existencia desconocía…”.
En este caso, como opinan muchos, la segunda fase es la más excitante:
“Sentía una mezcla de emociones que oscilaban entre esa lástima tan característica nuestra y una curiosidad intimidante. Al mismo tiempo, experimentaba la adrenalina del escritor que va recibiendo, como en un ritual y a cuentagotas, la musa que da forma a un personaje literario”.

Una vez formado, es el personaje mismo quien confronta al narrador con su función de escritor al preguntarle ¿qué ganas con esto? Su respuesta valida la teoría de que se escribe como proceso de catarsis, pero haciendo la salvedad de que se trata de las historias de otros y de que, al contarlas, busca crear un mundo en el que la justicia sí exista. Para algunos, quizás este último aspecto limita la función del escritor y lo convierte en abogado defensor de personajes indefensos e infelices, cuando en su parecer, el escritor debe exponer la realidad tal como la percibe y dejar que sea el lector quien haga dicha defensa. En el fondo, a mi parecer, y aunque no lo digamos, muchos de los que escribimos lo hacemos porque hay situaciones que nos desagradan y queremos, no solo exponerlas, también transformarlas en favor de los oprimidos.
De ahí que el narrador de esta novela denomine como “venganza sana” al acto de escribir historias. La intención del escritor no es alterar para dañar, sino para sanar lo dañado, o lo que nunca debió dañarse. La idea del narrador de Piedra de Luna, al visualizar a la escritura como reordenamiento del caos que exhibe el mundo, o como práctica terapéutica para quien escribe, no es novedosa, ya todos la conocíamos; lo que sí la convierte en algo diferente es que intentando sanar a otro, se sana a sí mismo; intentando diseñar un mundo justo, se hace justicia a sí mismo. Lo que es más, logra reconocer y resolver un conflicto escondido. El final de la historia así lo confirma.
Un dato sorpresivo en este relato es que, el personaje motivo, luego de haber puesto en entredicho al oficio del escritor e, incluso, haberse burlado de este, resulte que también escribe, específicamente el género de la poesía. Según dicen los que saben, la poesía es el espacio perfecto para enfrentarnos al espejo. Cuando el narrador se posa, precisamente, frente a los poemas del personaje motivo es cuando comienza la fusión mencionada anteriormente. Hasta este momento, el narrador cree tener el poder de exponer y controlar al personaje sin que exista un efecto en él; incluso, ha dejado entrever su apropiación del oficio, como si este perteneciera exclusivamente a cierto tipo de persona:
“Aún no entendía el hecho de que una persona como tú pudiera escribir poemas”, comenta en una de sus intervenciones.
La curiosidad por descubrir a ese otro que sorprende porque, al igual que yo, escribe, lo lleva a sumergirse en su mundo, un espacio en el que se sentirá libre. Lo conoce porque se trata de la escritura, pero no tiene idea de que es el espacio que necesita para exorcizar sus fantasmas. De ahí en adelante, entonces, no volverá a mencionar al oficio de escribir a menos que sea para cuestionar si ha sido responsable haberse involucrado.
Como ocurre siempre, la venganza sana de escribir le jugó una sutil artimaña.