Mariela Cruz: del infierno y otros amores

Llego al food court de Plaza Centro Mall, en Caguas, donde almorzaré con la escritora puertorriqueña Mariela Cruz. Llama la atención la temperatura: afuera en el estacionamiento, un infierno; adentro del centro comercial, otro infierno menos caluroso.

Nos saludamos con un abrazo. Varios minutos después, nos sentamos a comer: ella, una pizza de vegetales y yo, una lasaña. De conversar alguna trivialidad, pasamos —sin casi darnos cuenta — a su amor por los libros.


¿Desde cuándo lees y escribes?

Desde pequeña, yo tenía esa inclinación por la lectura y escribía acrósticos, poemas, semblanzas…

¿Cómo surgió ese interés?

Desde que aprendí a leer, probablemente surgió la necesidad. Cuando tú lees, utilizas la imaginación. Tuve la influencia de una maestra que nos leía en un estilo tan poético que llamaba mi atención. Desde siempre, mi fascinación es leer.

Mariela profundiza y me explica que la imaginación entra en las historias y nos hace colorear el mundo que leemos. Estoy de acuerdo. ¿Qué seríamos sin la imaginación ante las páginas de un libro? Gracias a esa asombrosa capacidad han sido posibles muchos universos literarios.

¿En qué momento la escritura trascendió en tu vida y decidiste publicar?

Cuando me jubilé (en 2011 tras 34 años como enfermera), me fui a tomar cursos de escritura creativa. Tomé una clase con el profesor Emilio del Carril. Él pidió que comenzáramos una novela o un cuento, y que lo lleváramos a la clase. Yo llevé el inicio de Mancha de plátano, y él me fue guiando.

Después de la clase, fui con el grupo cultural La Ceiba, en Canóvanas, y allí estuve como siete años yendo continuamente. Después, decidí publicar mi primera novela que fue Mancha de plátano (2012), un libro costumbrista que se desarrolla en 1931, en la época del huracán San Ciprián. Yo ubico a un campesino en Utuado que se muda a San Juan, al Caño Martín Peña. Lo que busco es que entiendan por qué esa comunidad no quiere irse de allí. Yo no quería que la juventud se quedara sin saber lo que pasó en la época de mis abuelos y bisabuelos, lo que esa gente sufrió para sentar las bases de lo que tenemos hoy.

Pienso en las coincidencias de la vida o como queramos llamarles a esos detalles sorpresivos que nos conectan con los demás. Emilio del Carril fue mi guía durante la redacción de mi primera novela —aún sin publicar—, la cual fue mi proyecto de tesis para el grado de maestría en Creación Literaria de la Universidad del Sagrado Corazón.

Mariela y yo compartimos la idea de que hay profesores que nos asisten en este tipo de amor, a veces infierno, que es también la escritura.

Tu libro más reciente se titula Mi amado infierno, ¿cuál es ese infierno?

Me dediqué a estudiar Siria, su geografía, su gente, sus costumbres… las religiones. No soy historiadora, esto es ficción histórica basada en realidades. El escenario es real. Es una aventura en la que ubico a una enfermera puertorriqueña en ese país, quien se va con un grupo de voluntarios y se enfrenta a bombardeos y a situaciones bien terribles con la gente. Se ve cómo la intención de ayudar a los demás aflora. La historia va explicando poco a poco las cosas que suceden en Siria.

¿Cuál es tu objetivo con la obra?

Mi objetivo es concienciar, que la gente entienda que aunque ellos estén lejos, si necesitan algo, debemos ayudar.

¿Cuál fue el mayor reto que representó este proyecto?

A mí me costó entender el conflicto que ellos viven, que viene de siglos atrás, que es un asunto cultural que les enseñan a todos desde pequeñitos. Tuve que leer mucho. Incluso, explico qué áreas de Siria son controladas y por quiénes.

¿Alguien puede amar ese infierno?

Sí. Al final, la enfermera protagonista quiere quedarse allá porque ve la necesidad que hay y porque aprende a querer a la gente. Ella se enamora de ese ambiente a pesar del peligro que corre.

¿De qué forma, si alguna, este libro te conectó con tus experiencias?

Lo que vive el escritor siempre ayuda y es parte de la personalidad de la obra. En este caso, mis experiencias me ayudaron a escribir las áreas del hospital.

Yo fui voluntaria de los Cuerpos de Paz en Honduras. Yo tendría como 21 o 22 años cuando me fui. Fue una experiencia tan y tan fuerte, tan y tan importante que yo llegué de allá sintiéndome la mujer más madura del mundo. Allá estaban como 20 o 30 años atrasados en comparación con la pobreza que había en Puerto Rico. Allá vi nenes descalzos, casi desnudos, el hambre, enfermedades que aquí estaban ya erradicadas… Pudimos ayudar a mucha gente, gracias a Dios.

Mariela fue enfermera por más de tres décadas y tiene una maestría en Consejería Profesional con concentración en Terapia a Jóvenes y Familia. Ha ayudado a muchos en distintos escenarios.

De repente, imagino su contribución profesional y humanitaria como una señal del amor en medio del infierno en el que a veces se torna este mundo.

Ser una profesional de la salud te ayuda al momento de construir personajes para ficción, ¿no es así?

Me ha ayudado. Yo les doy una personalidad a cada uno. Hago que la gente se ría o llore. Como yo conozco un poquito más de la salud mental, puedo lograr eso a través de mis personajes. Me meto en la psiquis de los personajes y los escribo para que la gente se identifique.

¿Cómo crees que la literatura pudiera ayudar a la gente?

Ahora mismo estoy participando en el proyecto Las artes para sanarte, en el que reclutamos artistas de diferentes ramas. Queremos llegar a las escuelas para que usen la escritura como medio de sanación. Cuando tú escribes, te desahogas. Cuando tú escribes, expresas sentimientos que no puedes expresar a través de la oralidad.

¿Hablas por experiencia propia?

Claro, con mi autobiografía Soldado de blanco me tiré a la calle, como quien dice. Y no me importa porque aprendí que para ser escritor tienes que abrir la mente, liberarte de prejuicios y hacerle entender a la gente que tú eres un ser humano con tus defectos y cualidades.

Luego del proceso personal y creativo, ¿cuál es la mayor dificultad para alguien que publica?

La promoción. Tú tienes que ser tu propio relacionista público porque, de lo contrario, se te quedan los libros sin mover. También ahora hay mucha gente tratando de publicar de forma independiente para tener mayor control de las ganancias. Yo he publicado por contrato y sola.

¿Cómo ha respondido el público a tus libros?

La respuesta es buenísima. Hemos ido hasta a casas protegidas. Esas mujeres estaban bien felices porque logran exteriorizar todos sus dolores. Si hablo de los estudiantes, son experiencias bien bonitas. Una vez fuimos a Yabucoa, a una escuela donde daba clases Obdulia Báez Félix, y la experiencia fue muy bonita. Obdulia motivó a un grupo, todos leyeron Mancha de plátano y hasta el conserje me compró un libro; él quería saber por qué los estudiantes estaban reaccionando de esa manera.

Entonces, la gente quiere leer…

He notado que ha habido un auge en la lectura de libros, y a la gente no le está gustando tanto el digital. Necesitamos seguir escribiendo libros y promoviendo que los niños se enamoren de la escritura desde pequeñitos para que en el futuro tengamos personas más preparadas.

La generación tuya y las posteriores están comenzado a leer. Tú los ves con sus libritos, les encanta escribir poemas; hay esperanza en eso. Creo que tendremos grandes escritores en un futuro no muy lejano porque les gusta leer.

Si tomamos en cuenta las opciones de entretenimiento disponibles hoy día, ¿crees que la literatura tiene mucha competencia?

Creo que eso depende de muchos factores: el carácter de la persona, la etapa de vida, la crianza y el ambiente donde se forma. Hay muchos factores que determinan si alguien se va a dedicar al violín o a escribir música urbana.

Ahora que mencionas la música urbana, ¿qué opinas al respecto?

La música urbana es parte de nuestra cultura y de la expresión de nuestros jóvenes. A mí me encanta, siempre y cuando no sea ofensiva. Y no me refiero a las malas palabras, que no existen en realidad, sino al mal uso que les damos. Por ejemplo, a mí me gustan Calle 13 y los poetas de poesía urbana porque tienen un ritmo y forma de expresión tan diferente. Yo siempre he tenido la mente abierta a los cambios.

¿Deben los escritores formar parte de los esfuerzos para alcanzar cambios sociales?

Claro, es bien importante. Un grupo de escritores que no tenga como objetivo extenderse a la comunidad está pronosticado a quedarse ahí. Hay que utilizar los talentos para promover la paz, la unión, la esperanza y las buenas costumbres en nuestra sociedad. Eso es obligatorio para un escritor. Si no, ¿para qué está escribiendo?

Antes de irnos, Mariela —quien ha escrito otros libros como Esperar en mi mundo invisible (inspirado en la Masacre del perejil) y Héroes sin capas (ficción juvenil)— me dice que siempre piensa en plural.

Si yo progreso, quiero que los demás progresen. Si yo tengo luz, que pueda darte luz a ti. Ese es el pensamiento que debe existir con nosotros los escritores. Porque estamos en la misma línea.

Me habla de sus compañeros de la Asociación Internacional de Poetas y Escritores Hispanos (AIPEH) y afirma que esa es la filosofía que los mueve.

Coincido con ella: el éxito de alguno de nuestros escritores es el éxito de todos porque abre camino para nuestra literatura.

Ya estamos por despedirnos. Me agradece la conversación, y me dice unas palabras muy bonitas.

Decido guardármelas. Confío en que serán un amuleto de amor que me salve esos días en que el mundo me parece un infierno.

*Nota aclaratoria: Las expresiones de entrevistados y colaboradores no representan necesariamente el sentir de Narrándonos.com ni de su mantenedor.